Le divierte que lo llamen perroflauta. Sobre todo el vecino de enfrente, ese que luce la bandera de España con el aguilucho en su ventana y que todos los días, después de los aplausos, pone el himno a más volumen del permitido.
Existe entre los dos una guerra tácita. Nunca se han dirigido la palabra, aunque los dos han soltado cientos de exabruptos en voz alta para que el otro los oiga. Los separa una calle estrecha por la que no circulan demasiados coches, así que cualquier cosa que digan cerca del balcón, vuela por el aire hasta colarse en el de enfrente para explotar como una bomba.
—¡Un golpe de estado en toda regla! ¡Eso es lo que los ha llevado a la Moncloa, un golpe de estado! ¡Lo sabe toda España! —dice el de la bandera con aguilucho desde su balcón el día después de las últimas elecciones generales. Parece que habla con alguien que se encuentra en el interior de su piso.
—¡Ostras, María! —dice el perroflauta en voz bien alta para que se le oiga, también, desde el interior de su vivienda— Mira los datos que aparecen en el periódico: los votos a la izquierda superan a los de la derecha.
Se oyen voces femeninas en tono de reprimenda desde las dos casas. Ambos entran y cierran los balcones mascullando unas últimas palabras entre dientes.
Lo que más le gusta al perroflauta es fumarse un porrito en el balcón los días de aire del sur. Ese aire llena de aroma a hachís la terraza de su vecino de enfrente.
—Escúchame, Carmina —le dice el de la bandera con el aguilucho a su mujer—. Tú que estás ahí dentro, coge el teléfono y llama a la policía. Hay un drogadicto en el barrio y no es seguro para los vecinos.
Y, otra vez, las voces femeninas les obligan a meterse en casa y cerrar el ventanal.
Ahora los dos comparten aplausos todas las tardes. Ni siquiera se miran. Aplauden mirando al fondo de la calle o al resto de vecinos del edificio que también salen a sus balcones. El de la bandera con el aguilucho da rienda suelta al himno de España y el perroflauta permanece en su terraza hasta que acaba la última nota. A veces, incluso, las tararea.
—¡Ostras, María! Alguien ha sido tan ocurrente de poner el himno de TODOS LOS ESPAÑOLES. Un día tenemos que sacar la bandera al balcón; sí, la bandera de TODOS LOS ESPAÑOLES, la homologada, la que no lleva dibujitos de animales por encima.
Otro empujón y para dentro.
En el telediario de las nueve de la noche, el Rey Felipe VI ofrece un discurso a la nación sobre el coronavirus.
—¡Ostras, María! Mañana a las nueve de la noche se propone una cacerolada en contra del rey. ¿Pues sabes lo que te digo? ¡Que ha llegado la hora de sacar la bandera republicana!
Pocos minutos antes de las ocho, el perrofluata coloca en la barandilla de su balcón una bandera republicana tan grande como la de su vecino. Durante los aplausos sonríe con malicia; la artillería reluce preparada sobre la mesa del salón. A las nueve en punto sale de nuevo a la terraza con las cacerolas y comienza a golpearlas como si no hubiera otra manera mejor de eliminar pulsiones agresivas.
—¡Qué a gusto me he quedao! —le dice a María en cuanto entra.
—¿Sí? Pues acabo de leer en las redes sociales que la cacerolada por el rey era ayer. Por lo visto la de hoy la ha convocado VOX y es en contra de la gestión del gobierno.
—¡No jodas! Bueno, no había casi gente y el vecino no se ha asomado siquiera.
El vecino también leyó en redes sociales la convocatoria para abuchear al Rey de España. Su mujer, Carmina, ha tenido que sujetarlo para que no saliera a insultar a ese vecino comunista que Dios le ha colocado enfrente, sin duda, para moderar su templanza.
—¡Escúchame, Carmina! —dice de pronto cuando, ya en la cama, repasa las noticias del día desde su móvil— Parece ser que se ha convocado una cacerolada en contra de la miserable gestión del gobierno. ¡Mañana a las nueve en punto estoy ahí con toda la batería de cocina como que me llamo Cayetano!
Al día siguiente, a las ocho, el que sonríe entre dientes es el de la bandera de España con mascota.
Una hora más tarde, tal y como hizo su enemigo acérrimo el día anterior, coge ollas y sartenes y da un recital como los de la mejor banda municipal en plenas fiesta patronales. Cuando entra en casa, le tiembla todo el cuerpo de la emoción casi pornográfica de haberle dado un zasca al rojo drogadicto.
—Acabo de ver en Twitter que la cacerolada de hoy estaba convocada por los grupos independentistas. La nuestra fue ayer —le dice su mujer unos minutos más tarde.
—¡No fastidies! Bueno, si el perroflauta no estaba en su ventana, es que no se ha enterado. Y tampoco había demasiada gente, así que no me ha visto nadie importante.
Dos días después, el perroflauta vuelve a chocar sus sartenes.
—Pepe, creo que la cacerolada de hoy no era en contra de las donaciones de Amancio Ortega sino en repulsa a la ampliación de las medidas de confinamiento tomadas por el gobierno.
Tres días después, es el de la bandera aguilada quien colisiona sus cacerolas en la terraza.
—Cayetano, que estoy leyendo que la cacerolada de hoy ha sido convocada por simpatizantes de Unidas Podemos para recriminarle a Ortega Smith y su viaje a Milán en plena pandemia.
El siguiente miércoles, Pepe, el perroflauta, tañe con fuerza sus cacerolas.
—Pepe, que estoy viendo en la redes que lo de hoy lo han convocado Casado y Abascal en contra de la manifestación del 8 de Marzo y, ya de paso, en contra de la mujer en general, así que entra ya en casa que con las mujeres no se juega.
El viernes de esa misma semana, Cayetano, el facha, golpea las ollas de su mujer en el balcón.
—Cayetano, que me dice tu amigo Borja que la cacerolada de hoy no es en contra de las camisas de Pablo Iglesias sino como denuncia a las misas de Ayuso y eso sí que no, con las misas de Isa no se juega.
Hace días que Pepe y Cayetano han dejado las cacerolas en la cocina. Ahora solo salen al balcón a aplaudir, cada día a las ocho, bajo la atenta mirada de sus mujeres.
—¡Con lo distintos que son y lo mucho que se parecen! —se dicen antes de darse las buenas noches, guiñarse un ojo, y cerrar la puerta del balcón.
