Los ojos le brillan al leer la noticia.
Para un cazador como él, estos interminables días de encierro han sido una verdadera tortura. Necesita devorar una nueva víctima. Destriparla, desentrañarla, conocer hasta sus más ocultos secretos. Disfrutarla, a su pesar, hasta acabar con ella.
Durante la larga cuarentena ha rememorado una por una todas las presas que han pasado por sus manos en los últimos tiempos. Se ha deleitado con el recuerdo de cada cacería desde el comienzo, recreándose incluso en los primeros acercamientos. Se le eriza la piel al sentir en las manos el recuerdo de la primera vez que las tocó. Y el olor. El olor de los trofeos es lo que más le atrae. Le encanta aspirar con fuerza ese aroma casi líquido que todos desprenden. De forma disimulada, se coloca junto a ellos y los observa con cautela, desnudándolos con la imaginación.
Relee la noticia con la garganta seca por el deseo. Sí, el lunes 4 de mayo volverán a abrir los pequeños comercios.
Es allí donde las elige. Durante días ronda esos pequeños establecimientos. Sabe que es en ellos donde las encontrará. No le gustan las grandes superficies. En ellas todo lo que encuentra le es ordinario, común. Lo detesta. Alguna vez se ha dejado arrastrar por lo fácil y ha acudido a alguno de estos enormes centros comerciales en busca de su siguiente compañía. El tumulto le obnubila, le roba el criterio, ese buen juicio del que se permite alardear ante otros cazadores como él. Siempre recordará aquella primera vez en la se equivocó en la elección y consumó con quien no debía. Conoció lo vulgar, lo mundano. Y el resultado fue mil veces peor porque en la siguiente búsqueda se mostró mucho más voraz, más exigente.
Utiliza siempre el mismo patrón.
Comienza estudiándose a sí mismo, preguntándole a su alma de depredador qué es lo que necesita en cada ocasión. De ello dependerá la elección de la próxima presa. Escoge con precisión la indumentaria que llevará puesta en la cacería. Si pretende seducir a través de la ilusión de una relación romántica puede que, incluso, añada un pañuelo blanco al bolsillo frontal de su chaqueta. Si necesita algo más misterioso, se coloca sobre la cabeza el borsalino que compró en el sur de Italia. Si ansía algo gótico, no dudará en vestir de negro, y, si lo que busca es pura filosofía, llevará un reloj de bolsillo con leontina.
Ya tiene hecha la elección de pequeños comercios especializados donde los productos que ofrecen son totalmente exclusivos. Sin duda le es mucho más fácil encontrar en ellos a sus preciadas víctimas. Le gustan con clase, qué se le va a hacer.
Selecciona en la lista el establecimiento donde sabe que tendrá suerte y busca el mejor horario para visitarlo. Pero ahora eso es distinto. La noticia que lee en el periódico le indica que debe pedir cita previa para visitar el coto de caza. Eso le incomoda un poco; sabe que se sentirá observado por el dependiente. Aunque tal vez esa nueva variable tenga algo bueno. Podrá preguntar por el resto de clientes, por sus gustos e intereses, descubrir las coincidencias que los asemeja en relación a los productos ofrecidos en los estantes. Eso le ayudará a dar con la exclusiva presa.
Una vez en su territorio, se aproxima a la víctima poco a poco, intentando mostrar cierto disimulo. Cuando la tiene al lado, aspira su perfume y le pasea discretamente la yema de los dedos por el costado hasta que siente cómo se estremece. ¡Ya es suya! Con el corazón enloquecido la atrae hacia sí hasta acabar en un juego de seducción mutua.
Y, por fin, se la lleva a casa, donde sabe que no parará hasta acabar con ella.
En ocasiones, el deseo es tan fuerte que no puede contenerse y la embiste en cuanto localiza un sitio tranquilo y solitario.
Toma notas de cada una de sus experiencias. De las buenas y de las malas. Necesita poder recordarlas y analizar esos puntos que los trofeos guardan en común con los que acaba forjando un ranking de calidad.
Ha sobrevivido esta larga cuarentena gracias a esas notas. Y a los pequeños fragmentos que todavía conserva de sus capturas. Los considera regalos. Deberían sentirse orgullosas de haber acabado en sus manos. Él, con sus recuerdos, las ha convertido en inmortales.
Vuelve a releer la noticia con la respiración agitada. Sí, tan solo faltan cinco días para que acabe esta agonía, para volver a ser el depredador solitario que devora de forma patológica a inocentes, y no tan inocentes, con quienes se cruza en las, cada vez más, perseverantes batidas.
Cinco días para que vuelvan a abrir las librerías y pueda encontrar su próxima lectura.
