A Fermín le encanta la Semana Santa. En realidad le gustan todas las fiestas de guardar y las que no son de guardar. Las celebra todas, sin excepción. Empieza el 1 de enero con el Año Nuevo y no para hasta la cena de Noche Vieja.
Hoy, Viernes Santo, ha descubierto en el telediario cómo algunas personas cantaban saetas en sus balcones o se vestían de penitentes y se ha prometido a sí mismo que ese ostracismo que lo acompaña desde que inició el confinamiento tiene que acabar.
Toma el calendario y comienza a señalar las fiestas que se ha perdido. Debe poner solución.
La primera que encuentra es el 19 de marzo, San José. ¡Coño, que se ha perdido las fallas y el día del padre! ¡Ah, pues eso no!
Con una brocha, un poco de cola blanca que tenía en el armario de las herramientas y un rollo de papel higiénico se fabrica un ninot clavadito al COVID-19. Le queda tan bien que decide indultarlo, no sea que venga la policía a su Cremá particular y lo acusen de piromanía. Eso sí, una bengala por la Nit del Foc no se la va a quitar nadie.
Mientras la busca en el cajón de las cosas de fiesta recuerda que en la despensa le quedan un par de ensaimadas. Corre con ellas al cuarto de baño y se peina la raya en medio del pelo, que ya lleva bastante largo, antes de colocarse las ensaimadas, una a cada lado. ¡Mierda! ¿Con qué puede sujetarlas? Vale, tranquilo. Ha visto un poco de cable grueso justo entre la brocha y la cola blanca en ese armario donde siempre encuentra de todo.
Coge el cable, lo pela, saca el hilo de cobre del interior y se fabrica una diadema. Pincha una ensaimada a cada extremo. ¡Ni la Dama de Elche!
Con la diadema y la raya en medio va hacia la cocina en busca de macarrones para fabricarse un collar. Es el regalo típico para padres, ¿no? Por el camino se cruza con la mesa camilla; todavía tiene los faldones que le puso la abuela cuando vivía allí, antes de que él heredara su piso con todas sus cosas dentro.
Arranca el faldón bordado y se lo ata a la cintura. Con el papel higiénico que le ha sobrado (no en vano tiene el pasillo invadido por ocho paquetes de doce unidades cada uno) elabora una banda en la que escribe FALLERA MAYOR DE VALENCIA y se la coloca cruzada en el pecho.
¡Perfecto!
Muy bien, sigamos. ¿Qué le queda? Ah, sí, la mascletá.
Dispone toda la colección de libros de tapa dura de la abuela en la parte más alta de la estantería como si fueran fichas de dominó. En cuanto la primera golpee en la segunda, irán cayendo todas al suelo. Seguro que el ruido es atronador. Lo siente por los vecinos de abajo pero la fiesta es la fiesta.
Prepara el himno de Valencia en su móvil, enciende la bengala y empuja ligeramente el primero de los libros un minuto antes de las ocho de la tarde. Todo calculado para acabar con un aplauso.
¡Conseguido!
¿Qué más fiestas se ha perdido?
¡El Domingo de Ramos!
Echa un vistazo a toda la casa y a la terraza. Ni una maceta pelada. Es verdad, se le murieron todas las plantas la primera semana tras la mudanza. Nadie le dijo que debía regarlas. Bueno, la vecina tiene varias en el balcón, las cuida con mimo todos los días. Incluso les habla.
Los aplausos ya han terminado, nadie se asoma ahora a los balcones. Solo tendrá que salir al suyo, estirarse un poco, agarrar una rama de los maceteros más frondosos de la vecina, procesionar unos minutos por la casa, interpretar los vítores y devolver la planta.
Sencillo.
Deja a un lado la diadema con las ensaimadas y el faldón de la mesa camilla y, todavía con la banda de FALLERA MAYOR, sale a su pequeño balcón. El de la vecina está más lejos de lo que recordaba. Da igual, si se pone de pie en la barandilla y se pega a la pared del edificio como una salamanquesa, podrá, alargando bien el brazo alcanzar las hojas hermosotas de aquella planta de ahí. Con estirar con fuerza de ellas conseguirá arrancarlas para utilizarlas de ramo. Eso sí, le destrozará la planta a la vecina, pero la fiesta es la fiesta.
Con la precisión de un equilibrista se sube a la barandilla y se adhiere a la pared. Mira para abajo y recuerda, de pronto, que tiene vértigo. Se abraza a un ladrillo saliente mientras otro desdentado le rasga la piel de la rodilla. ¡Tiene que conseguir esa planta! Cierra los ojos, alarga el brazo, coge la hoja y tira de ella. ¡Ya la tiene! Salta al interior de su balcón con la rodilla y las manos peladas y se santigua.
Procesiona por la casa con todas las luces encendidas, vitorea y vuelve a mirar el calendario.
Ya solo le queda la Semana Santa.
Recuerda que en uno de los cajones de la cómoda todavía están los camisones de la abuela. Menos mal que era una mujer grande, con suerte alguno le sirve como túnica. Sí, ese morado le viene que ni al pelo. Se desnuda y se cubre con la camisola. Ahora necesita un capirote. En la pared de su habitación tiene colgado un póster de Angelina Jolie vestida de Lara Croft. Es su favorito, pero la fiesta es la fiesta. Lo arranca y hace con él un cucurucho. Calcula dónde le quedarán los ojos y clava unas tijeras para hacer dos boquetes.
Solo le falta el crucifijo gigante o el cirio pascual. Mejor ese último. Los candelabros de la entrada todavía tienen las velas de la abuela.
Busca en Spotify música de Semana Santa y camina al ritmo por todo el piso durante un buen rato.
Ya está al día en lo que se refiere a fiestas.
La próxima es la Feria de abril.
Todavía cuenta con días suficientes para aprender a bailar sevillanas con algún tutorial de internet.
Se queda mirando el vestido de la muñeca flamenca que su abuela colocó sobre el televisor y piensa en cómo conseguirá uno. Las cortinas del salón tienen lunares chiquitillos, ¿no?
Agotado, se mete en la cama.
A la mañana siguiente comienzan a llegarle mensajes de WhatsApp de todos sus amigos. Seguro que son más vídeos o memse sobre el coronavirus. Al principio tenían gracia, pero ya le cansan un poco.
—Yo que tú lo abriría. Te has hecho viral —le dicen.
Pincha sobre el enlace y se descubre a sí mismo vestido de fallera con la bengala en la mano, pegado a la pared, robando la planta de la vecina, y con el camisón de la abuela y Lara Croft por sombrero deambulando por la casa. Todo con banda sonora.
30.000 visualizaciones en tres horas.
¡Sí señor! ¡La fiesta es la fiesta!
Ahora solo le queda prepararse unas buenas torrijas.
