—Abuela, cuéntame otra vez lo de la terrible pandemia del 2020
—Vale, está bien. Pero luego nos desconectamos y te duermes ¿sí?
—Sí, abuela. Lo prometo.
—Muy bien, allá va:
—En el año 2020, una terrible pandemia asoló todo el planeta. En realidad comenzó a finales del 2019 en China, pero no fue hasta 2020 que se extendió al resto del mundo.
La gente enfermaba sin remedio. No todos morían, no vayas a creer, aunque sí lo hizo un gran número de personas, casi todas mayores de 60. Mis abuelitos murieron, los cuatro. Yo debía tener más o menos la edad que tú tienes ahora.
Tuvimos que quedarnos encerrados en casa varios meses sin ir ni siquiera al colegio. Solo se podía salir de casa para comprar en el supermercado o la farmacia, y para eso debías llevar un pase especial.
La gente dejó de trabajar. Había escasez de la mayoría de los productos, sobre todo de papel higiénico.
Todo el mundo esperaba con impaciencia que los científicos crearan un antídoto, algo que nos liberara del terrible virus, pero pasaban los días y la solución no llegaba.
—¿Por qué, abuela?
—Ay, hijo, porque el dinero mandaba entonces por encima de las personas. Y el poder, el poder los traía locos.
Cada país tenía sus propios científicos, los mejores del mundo, decían, pero no les permitían colaborar entre ellos para hallar la vacuna que pondría fin a la pandemia. Eso sería renunciar a la gloria, y al dinero.
¡Cuánto egoísmo!
Entonces surgieron los Súper héroes del 70, un grupo de científicos nacidos en 1970 en diferentes puntos del planeta. Todos ellos coincidieron el verano de 1985 en unas olimpiadas matemático-científicas en California. Chicos y chicas de diferentes países compitieron durante un mes entero creando ciencia. Siempre la maldita competición. Pero con lo que no contaron los dirigentes políticos de aquel momento fue con la amistad que surgió entre todos aquellos jóvenes. Mantuvieron contacto a través de correo postal hasta que se inventaron las redes sociales.
—¿Correo postal?
—Sí, la gente escribía cartas de su puño y letra, las metía en sobres y las depositaba en un buzón con la dirección y el nombre de la persona que debía recibirla…
—… y les llegaba a casa como ahora nos llegan los paquetes de Amazon Virtual Plus, ¿verdad?
—¡Eso mismo! Bueno, pues esos súper héroes crearon un grupo de WhatsApp, que era parecido a esto que usamos tú y yo pero sin hologramas, y comenzaron a trabajar juntos en la clandestinidad, compartiendo conocimientos y descubrimientos sobre el origen de la pandemia y sobre los componentes de la posible vacuna que la contendría.
—¿En la clandestinidad?
—Sí, ya sé que te cuesta creerlo, pero en aquella época se valoraba mucho más las personas que se dedicaban al deporte o a la música que a las que entregaban su vida a la medicina o la ciencia.
El caso es que los Súper héroes del 70 tenían muy pocos medios para investigar, ya que lo hacía desde sus casas y en los pocos momentos que sus respectivos gobiernos les dejaban libres. Estaban agotados, pero no se rendían.
Un grupo de faranduleros, de esos que eran tan famosos, se enteró de la existencia secreta de los Súper héroes y decidieron colaborar. Realizaron una multidifusión entre su grupo de influencers para recaudar fondos que permitieran continuar con la importante investigación que se estaba llevando a cabo de forma conjunta y a espaldas de todos los gobiernos mundiales. Esos gobiernos lo hubieran impedido. Cada uno de ellos quería sacar la vacuna de forma individual para enriquecerse y someter a los otros sin darse cuenta de que su actitud estaba acabando con la humanidad.
Con esos fondos conseguidos por los llamados faranduleros, las maravillosas mentes de los Súper héroes del 70 tardaron tan solo 48 horas en encontrar la solución.
—¿Y qué pasó entonces?
—Que los gobiernos se opusieron a compartir. Todos querían ser los dueños exclusivos de la dichosa vacuna. Amenazaron a los Súper héroes del 70 con meterlos en la cárcel, con desacreditarlos.
Entonces, y aquí viene lo bueno, pequeños grupos de Súper héroes diferentes se fueron uniendo. Primero lo hizo el formado por personas dedicadas a la limpieza, que desinfectaron una gran cantidad de espacios furtivos para que se pudieran preparar, de forma completamente segura, los ingredientes de la vacuna antes de hacerlos llegar a la población. Les siguieron las personas dedicadas al transporte. Llevaban de manera subrepticia esos ingredientes de una punta a otra del planeta. Los que continuaban al pie del cañón en supermercados y farmacias comenzaron a entregarlos a los clientes envueltos en estuches de productos de primera necesidad y, de balcón a balcón, entre aplausos, los demás héroes se intercambiaron la fórmula, que era muy sencilla, y pudieron fabricar en sus cocinas la vacuna que nos salvó la vida.
—Y desde entonces todo el mundo es igual de importante, ¿verdad abuela?
—Eso es, cariño. Y ahora, apaga de AncestorsWapp y duérmete, que me lo has prometido.
—Vale, abuela. Buenas noches.
