¿Cuántos años hace que están juntos? ¿Y cuántos que se casaron? ¿Dieciséis, diecisiete? Les cuesta recordarlo.
Se conocieron una noche en aquel pub de Chamberí, los presentaron unos amigos comunes. ¡Qué buenos momentos! Formaron una pandilla, la pandilla con la que se siguen viendo, con la que comparten cenas y comidas los fines de semana, salidas al cine o al teatro, incluso vacaciones. Una pandilla que les sirve de escudo para no quedarse a solas, para mantener eso que, saben de sobra, se les escapó hace años.
También ahora, en el confinamiento, cada dos o tres días alguien del grupo propone una videollamada conjunta para charlar y saber cómo están unos y otros.
Y ahí, en esas video llamadas de grupo, es cuando saben la una del otro.
Compraron una casita de tres habitaciones para cuando llegaran los niños, pero nunca encontraban el momento oportuno de encargarlos. Que si el trabajo de uno, que si el de la otra, que si ahora no hay dinero, que si mejor nos vamos toda la pandilla de viaje… Al final, cada uno se organizó un despachito personal en esas dos habitaciones de sobra y, poco a poco, se fueron encerrando en ellas. Incluso para dormir.
Desde que comenzó el #YoMeQuedoEnCasa se están viendo más que nunca. Se cruzan por el pasillo, en el salón, en la cocina… Incluso comen juntos. ¿Cuánto tiempo hace que no comían juntos y a solas?
El primer día ninguno habla. El silencio es incómodo. De vez en cuando sus miradas se cruzan, pero enseguida las bajan, como dos extraños. Al final se sonríen, una sonrisa de compromiso.
Por la noche coinciden en el salón.
—¿Vas a ver algo en la tele?
—No, bueno… ¿Quieres ver algo tú?
—No te preocupes, me voy a leer a mi habitación. Buenas noches.
Y ambos se recluyen en sus dormitorios privados con la sensación de fracaso instalada en el pecho. Y de tristeza. ¿Dónde se han quedado aquellos días en los que mentían a sus amigos inventando cualquier excusa para escaparse ellos solos a cenar? ¿Y las risas? ¿Dónde están las risas que ambos compartían? ¿Y la complicidad?
Desde hace días comen con la televisión encendida. Es mejor vivir ese momento con las terribles noticias sobre el coronavirus que aguantar el silencio doloroso que los envuelve.
Un anuncio, el de la película que van a emitir esta noche.
Los dos suspiran.
—¿Te acuerdas de esa peli?
—Claro, era nuestra preferida. La vimos en los Alphaville, ¿recuerdas?
—¿Te apetece que la veamos juntos?
—Claro, ¿por qué no?.
¡Qué nervios! A los dos les ronda un gusanillo en el estómago, es como tener una cita.
Llega el momento. Se sientan en el sofá. Cerca, pero no pegados. Hace ya mucho que no se sientan pegados en ese sofá.
Comienza la primera escena; están expectantes. Los ojos les brillan por el reflejo del televisor, aunque puede que no sea solo por eso.
El protagonista corre, le persiguen. El malo está a punto de atraparlo.
Ella agarra del brazo a su marido y él le coge la mano. Los dos contienen la respiración por la tensión de la secuencia, aunque puede que la razón no sea solo esa.
El protagonista recorre un páramo helado.
Ella se cubre con la manta de sofá que él le regaló hace años. Se arrebuja bajo ella y le hace un gesto invitándole. Él se mueve hasta llegar a su lado y también se arropa. Las manos vuelven a unirse debajo de la manta.
El protagonista supera la siguiente dificultad y conoce a la chica. Unos minutos después la besa y, a pesar de la tensión del momento, comienza a desnudarla.
El corazón les late revoltoso por las imágenes de la película, aunque quizás tiene que ver más por esa mano que no se sueltan.
Él le acaricia los dedos. Ella responde a la caricia.
Los protagonistas lloran ante una despedida inminente a la que ninguno quiere enfrentarse.
Ella se seca las lágrimas y él le besa la frente.
Se ríen, ya no les interesa el final de la peli.
Por la mañana se despiertan en la habitación que compartían, en la cama grande, su cama. No paran de hablar. Tienen muchas cosas que contarse, mucho que recuperar.
Suena un mensaje en el móvil de ambos.
—Jorge propone una quedada virtual esta noche.
—Bah, inventa cualquier excusa y di que nosotros no podemos.
Otra carcajada. No todo iba a ser malo en esta pandemia.
