Cuando pensamos en el Madrid de los 80 enseguida nos viene a la cabeza la movida madrileña. Sí, es cierto, durante aquella década se produjeron un sinfin de cambios culturales que repercutieron en áreas como la música, el arte, la moda, la literatura, la política y, como consecuencia, en la concepción general de la vida. Pero la historia de esta novela comienza en 1985, fecha en la que se inicia la consunción de la movida. Aun así. todos esos movimientos marcaron un antes y un después y mis personajes están, aunque de forma indirecta, marcados por ellos. La movida les pasó de refilón, siendo aún unos niños, pero su adolescencia se desarrolla en los posos dejados por toda esa revolución social.
Gran parte de la acción de la novela se desarrolla en ese Madrid de la segunda mitad de los años 80, concretamente en el barrio de Chamberí. Los chicos y chicas protagonistas viven y estudian en colegios religiosos ubicados en este distrito. (Mientras escribía la novela pensaba en los Maristas de Chamberí como colegio de los chicos por su localización en el mapa y en el Blanca de Castilla, antes Damas Negras, como colegio de las chicas).
Aunque nunca me refiero a ella por su nombre, el grupo suele reunirse en la Plaza de Chamberí al salir del colegio.

«El jueves por la tarde nos encontramos todos en la plaza. Iván y Hans también aparecieron. Estuvimos allí mucho rato gracias al buen tiempo, charlando y riéndonos de tonterías. Algunas chicas del Santa María, sentadas en un banco al otro extremo, cuchicheaban y miraban hacia nosotros. Ni Paula ni Encarnita se encontraban entre ellas.«
Y empiezan a salir de copas por bares de Moncloa, donde consumen los famosos minis de cerveza. En los años 80, estaban de moda bares como El Narizotas, Chapandaz o El Parador, entre otros muchos. Todavía hoy continúan abiertos algunos de ellos.

«Hablaban de quedar a las siete en un bar de Moncloa donde servían minis de cerveza para cogerse una borrachera. Los minis resultaron ser unos vasos grandes, de uno o más litros, según precio, de los que bebía todo el mundo.»
Costadierzo está inspirado en mi pueblo, Altea, aunque solo en el paisaje; Altea no tiene juzgado. Para quien no lo conozca, solo diré que ¡Altea es el pueblo más bonito del mundo! (al menos, para mí). El mar es de un azul especial y las calles blancas de la parte alta del pueblo tienen un encanto único sumergidas siempre en ese delicado olor a mar.

«La mañana era fresca para estar ya tan avanzado el mes de marzo. La ventana de mi habitación miraba justo a la bahía y el viento de poniente traía un delicado olor a mar. La primavera estaba a punto de llegar pero todavía se resistía a hacerlo.»
Atanasio, como yo, ha disfrutado las vacaciones en la zona colindante a Altea, frente a su bahía, desde que era niño. Debo reconocer que, en el capítulo 47, cuando habla sobre lo que siente hacia ese lugar, soy yo quien habla:

Desde la casa se veía el mar y, a lo lejos, la bocana del puerto. Cada noche miraba salir las luces de los barcos de pesca y cada tarde los contemplaba a su regreso, envueltos en gaviotas, dirigiéndose hacia la lonja. Primavera tras primavera me prometía a mí mismo dejar la ciudad cuando fuese adulto e instalarme en un pueblo como aquel. Me gustaba tener cerca el mar.»
No hace falta ser de Madrid ni haber crecido en sus calles en la década de los 80 para sentirte parte de la novela. En las charlas con los lectores de toda España, muchos de ellos me hablaron de lugares que consideraban como propios y que recordaban con especial cariño, como los que frecuentan Atanasio Y Hans. Pero sí es cierto que los que pasamos nuestra adolescencia en el mismo Madrid que los personajes somos capaces de identificar calles y bares aunque los nombres que aparecen en la novela estén distorsionados.